I. M. Pei: los 102 años de vida de un arquitecto polémico y reivindicativo
En 2017, en la famosa sala Arcoíris de la planta 65 del Rockefeller Center de Nueva York se celebró una gran fiesta por el centésimo cumpleaños del visionario arquitecto chinoamericano I. M. Pei. El creador de la pirámide de vidrio del Louvre comenzaba así su undécima década de vida: en silla de ruedas, con una cálida sonrisa y sus gafas de siempre, derrochando amabilidad por los cuatro costados.
Pei nos dejó en mayo de 2019, poco después de cumplir 102 años. Del mismo modo que el cuerpo y el espíritu de este ganador del Premio Pritzker de la Arquitectura supieron afrontar el paso del tiempo, puede decirse que su obra, que fusionó la arquitectura moderna occidental con la tradición paisajista oriental, ha ido ganando prestigio con los años.
Aquella pirámide de vidrio, cuyo diseño fue calificado de “atroz” por el diario francés Le Figaro, compite hoy con la torre Eiffel como la imagen más representativa de París en las postales. El director del Louvre, Jean-Luc Martinez, la ha denominado “el símbolo moderno del museo”, una obra maestra del mismo nivel que “La Mona Lisa, la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia”.
Muchos otros proyectos de Pei también han experimentado cómo los críticos iban transformando sus valoraciones. El anguloso Edificio Este de la Galería Nacional de Arte de Washington, de mármol y vidrio, fue criticado en su momento por seguir a pies juntillas los dictados del movimiento moderno y proponer un espacio expositivo que no estaba a la altura del edificio original. Hoy se considera una obra maestra.
Según el crítico de arquitectura, escritor y profesor de la Universidad de Yale Carter Wiseman, los últimos proyectos de Pei están entre los mejores. Entre ellos, cita el Museo Miho, que abraza una montaña a las afueras de Kioto y la tensión volumétrica que muestra el Museo de Arte Islámico de Doha, en Catar, como los más claros exponentes de su “sensibilidad y habilidad para escuchar antiguas voces y reinterpretarlas con una sutileza que se aleja de la mera imitación y la parafernalia de los parques de atracciones”.
El viaje de Pei hasta el máximo reconocimiento profesional no resultó fácil. Nacido en la ciudad china de Cantón y criado en los alrededores de Shanghái, entre edificios coloniales de la escuela de Beaux Arts, con 18 años y tras el fallecimiento de su madre por cáncer se trasladó a los Estados Unidos para convertirse en arquitecto. Estudió en el MIT y en Harvard, donde fue alumno del fundador de la Bauhaus, Walter Gropius. Su impresionante currículum no dejó de crecer durante varias décadas, primero con I.M. Pei & Partners y más tarde con Pei, Cobb, Free & Partners, aunque él siempre confesó sentirse a la sombra de algunos de sus contemporáneos, como Philip Johnson.
Algunos de sus edificios, como la John Hancock Tower de Boston, diseñada por el socio de Pei, Henry Cobb, fueron objeto de numerosas críticas relacionadas con los sobrecostes y el control de calidad. Es preciso señalar que Pei no fue responsable de estos problemas; de hecho, era un experto en hormigón y prestaba una atención obsesiva al diseño estructural de sus edificios. Polémicas aparte, la verdadera razón de que a Pei se le resistiera la fama tuvo más que ver, según Wiseman, con el racismo, la xenofobia (en un encuentro con la Comisión Francesa de Monumentos Históricos en 1984 le gritaron: “¡Que esto no es Dallas!”) y el esnobismo profesional.
Wiseman cuenta cómo los primeros encargos de Pei para el promotor neoyorkino William Zeckendorf fueron descritos como “un paso atrás de la Harvard Graduate School of Design”. Sin embargo, estas experiencias le enseñaron a cultivar un encanto y una entereza fuera de lo común, cualidades que terminaría imprimiendo a su carrera profesional para ganarse el respeto de sus mejores clientes y llevar a buen puerto los encargos más complicados.
Un buen ejemplo de esto fueron los accidentados 13 años necesarios para completar la Biblioteca y el Museo Presidencial John f. Kennedy, una torre de hormigón blanco visto con un muro cortina de vidrio que alberga un atrio con vistas al puerto de Boston. Como relata Wiseman en su biografía I.M. Pei: A Profile in American Architecture, la propia Jacqueline Kennedy, que encabezaba el comité de selección, consideraba a Pei un profesional “muy prometedor, como Jack”.
Antes de adjudicarle el encargo en 1964, Jackie acudió a la oficina de Pei, donde la recibieron con un jarrón y un ramo de sus flores favoritas. “Quizá para algunos se trataba de una burda estrategia de ventas ―afirma Wiseman―. Yo lo veo un gesto de gran inteligencia y buen gusto”.
Como recuerda el primer director del museo, Dan Fenn, tanto el concepto del museo como su diseño original (una pirámide truncada de vidrio) debieron hacer frente a la oposición de los residentes acomodados de Cambridge. “Decían: ‘Que lo pongan en otro sitio. No necesitamos paletos en bermudas con carritos de bebé. Destruirán la fragilidad de Harvard Square’, que, dicho sea de paso, no tiene nada de frágil”. (Pei retomaría aquel diseño de la pirámide unos años después para el Louvre).
Fenn relata que, tiempo después, el proyecto se trasladó a su ubicación actual en la península de Columbia Point en Boston. Pei, que ansiaba construir un museo para Harvard en la ciudad de Cambridge, estaba muy desilusionado. No obstante, sin perder la amabilidad, se aferró a su idea de proyecto incluso cuando, tras presentar su nueva propuesta ante los miembros de la familia Kennedy, se hizo el más absoluto silencio durante 90 segundos: “El sargento Shriver, un tipo encantador, lo miró con curiosidad y dijo: ‘Desde luego, es muy bonito, I. M., pero ¿qué tiene que ver con John Kennedy?’”.
“Pregunté si podíamos hacer perpendiculares las esquinas agudas ―afirma Fenn―. Él no estaba de acuerdo y tuvimos diferencia de opiniones. Pei decía que la pirámide de vidrio era un lugar de meditación, y a mí aquello me parecía una bobada. Fui un estúpido. Yo le decía: ‘La gente se va a sentir ridícula a los pies de un sitio tan grande’, pero se trata de un espacio fantástico. Lo admiraba muchísimo. Aunque no pensábamos igual, siempre fue muy agradable. Nunca tuvo una mala palabra; eso no iba con él”.
La historia ha sido favorable al edificio. Su director, Alan Price, considera que la biblioteca, que se ha vuelto muy popular y ha experimentado varias reformas desde su apertura en octubre de 1979, ha sobrellevado el paso del tiempo gracias, en parte, a la conexión de Pei con el espíritu abierto del antiguo presidente.
Price concluye: “Creo que el edificio refleja hasta qué punto Pei se inspiró en la figura de Kennedy. El gran espacio del pabellón, con su enorme bandera, resulta extraordinario y atemporal. No puedes evitar levantar la cabeza, contemplar la bandera y sentir un profundo respeto por lo que fue y lo que pudo haber sido”.